miércoles, 14 de septiembre de 2011


LA DIFICULTAD DEL BERBERECHO




Es imposible ser elegante comiéndose un berberecho, sobre todo comiéndose una lata de berberechos, comiendo el berberecho en lata. El berberecho, perdida su bivalvidez, debería picharse con palillo, pero en ese caso es muy posible, sucede mucho, que al ensartarlo, la alegría del comensal arponero le haga disparar el meñique, resorte feliz, y entonces el acto de llevar el vil palillo con el berberecho glandular a la boca se llena de la hilaridad de un meñique disparatado, porque el palillo es como el berberecho, un utensilio con el que sale lo peor de nosotros mismos. El palillo, comoel berberecho, como el domingo, saca lo peor del ser humano. Si se utiliza el tenedor, el comensal aspira a más porque se siente respaldado por la técnica y no se conforma con la unidad, trata de pinchar alguno más porque qué cosa tan ridícula es un solo berberecho para un tenedor, como si neptuno tuviera en lo alto de su tridente un triste mejillón, entonces el que pincha intenta penetrar más de un berberecho, intenta hacer un pincho de berberechos, pero es tarea complicada. Algún berberecho se resiste y entonces se está ante un doble compromiso con los demás: queda comprometida la pericia de uno y queda sentada la obligación casi moral de no dejar ese berberecho en el plato, pues es berberecho que ya ha sido penetreado (¡violado!) por nuestro tenedor y nuestro tenedro ha estado en nuestra boca, de modo que cómo podemos pedir a nadie que coma un berberecho así. A ese tipo de promiscuidades puede llevarnos el tomar unos berberechos en cualquier sitio. Sucederá también, casi seguro, que en la dubitación comprometida del que pincha varios berberechos, surja, ante la dificultad de su ensartamiento múltiple, el recurso tragicómico de pinchar un berberecho con cada diente del tenedor. Eso suele deparar una inestabilidad de la carga que hará que el tenedor no pueda colocarse en posición horizontal para hacer entrada en las fauces del berberófago, de modo que el movimiento será forzado, poco natural: un tenedor vertical, con dos berberechos, uno en cada extremo, casi a punto caer como dos lágrimas, acercándose a la boca como el micrófono lento de un bolerista. La experiencia en ésto no sirve de nada. Si yo mañana me como unos berberechos en un lugar público o ante un grupo de comensales, el conocimiento exacto de estas dificultades no impedirá que me enfrente a ellas. El comedor de berberechos siempre es primerizo, la torpeza ante el berberecho, el desvalimiento y la ridiculez humanas ante el berberecho son eternas. Pocas cosas como el berberecho demuestran nuestra ridiculez.



Sucederá, finalmente, que se quedará siempre en elplato esa unidad, esa última unidad ante la que siempre salta la cursi de la reunión o el individuo con pinta de cuñado diciendo eso de ‘anda, mira, el de la vergüenza’ –‘El de la virgüinsa, mira’, diría esa inolvidable concursante- y esa última unidad, si se trata de un berberecho, es una cosa tan ínfima, tan inencontrable y perdida entre el caldillo turbio de la lata, que su sola evidencia resalta la ordinariez del acto. El crimen del acto. La barbarie social del acto. El berberecho residual es un golpe directo al sentido del ridículo de cada uno de nosotros y en su forma breve, su ligero cuernecillo y el ensortijamiento un poco erótico de su carne, parece haber un reto y un algo de sorna hacia el que se lo come. Yo siento a veces que ese berberecho me toma el pelo y me dice: a que no te atreves, a que no tienes huevos de venir y comerme. El berberecho, la latita de berberechos, parece poca cosa y tiene un nombre hermoso, pero está cargada de dificultad.




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