viernes, 30 de septiembre de 2011


TOÑÍN EL TORERO


Gracias a twitter he redescubierto a Toñín el Torero. A este personaje lo tenía yo por un freak del madridismo. El alter ego de Tomás Roncero que aparecía en la primera fila del estadio con su capote y su montera. Uno de los cofrades del clavo ardiendo. Participante seguro en las ouijas que tratan de hablar con Juanito a ver si el hombre, en su ganado más allá, nos arregla cada eliminatoria. Me irritaba el personaje, pese a su madridismo, porque en él veía yo un triunfo del antimadridismo: perpetuarnos en el estetreotipo por ellos fabricado. Hay una vieja estrategia que pasa por identificar al Madrid con ciertas cosas. En la TV3 los madridistas eran siempre señores como los que salen en Callejeros. En Cuatro aún se percibe algo así cuando realizan las entrevistas a pie de estadio. No sé cómo lo hacen pero siempre sacan al peñista bruto, a ese que Mas diría que no se le entiende. Toñín era, no nos engañemos, una ridiculización del madridista a la que el propio madridismo se entregaba. Era como ese señor del Barça de antes, vestido de pitufo o como el Señor Ventura y la trompetita. O como el diablo rossonero. La mascota, pero una mascota hiriente y muy tópica, muy lejos del universalismo florentiniano del que soy devoto.



De mi error me ha sacado twitter. Toñín, o Don Antonio, es un madridista enfermizo, radical, absurdo, como yo. Forma parte del universo ronceril, pero eso no es malo. El Madrid estaba secuestrado por el Txistu y otros restaurantes madrileños. Roncero ha retratado en sus columnas, llenas de ritmo, al madridismo peñista, que bien conozco. El madridismo de planta baja, de pueblo, de autobús, de bocadillo y copazo y Toñín, o don Antonio, nos recuerda el madridismo de bar. Él, dueño de un bar llamado Palatoñín, creo que por Vallecas, nos recuerda que los bares son las segundas peñas, el segundo peñismo. Nada más hermoso que entrar en un bar de España y ver al fondo el escudo, a menudo gastado, del Madrid y un poster del As con una alineación de cuando Maceda. Eso es madridismo. Madridismo duro en los bares, que es donde se vive el fútbol en España.



Toñín va más allá del peñismo, Toñín es madridismo de bar de barrio. Lejos de los festines del Txistu, lejos del canapé exquisito del palco, lejos del copazo con jamona de los vips, lejos del ya prohibido Di María, vetado imagino por el mourinhismo, Toñín rebasa también el mundo de las peñas. Él es la libertad del madridismo de barra. Su bar y el bar de Fran son los bares de España, donde vuela mi imaginación.



Roncero ha tenido un gran mérito en llevar consigo su personaje y en crearse un mundillo reconocible. En sus columnas recuerdo yo guiños, saludos y homenajes a todos esos madridistas ronceriles de los barrios y pueblos de España. Roncero, quizás excesivamente, les ha dado voz, figura, y los ha retratado y los ha adjetivado ya: el roncerismo, es, queramos o no, ese madridismo que prefiero no describir, pero que todos conocemos.

Pero Toñín es más que eso, él es ahora mismo un creador de himnos y un aglutinador. Hoy su twitter despedía un grito redondo, perfecto, coreable: ‘UEFA puta’, así, sin comas ni ambages. Toñín, herido, daba voz al madridismo ‘denigrado’ por Platini. No se puede decir más claramente y sería un hito cantarlo en el estadio. Nadie ha cantado jamás eso, nadie ha denunciado tan claramente la corrupción en el fútbol. Mou se sentirá respaldado. Nadie ha tratado nunca a la UEFA como a una puta. Eso sólo lo puede hacer el Madrid. El Torero está, ahora mismo, para liderar la barra brava que no tenemos.



Su otra aportación ha sido renovar el ‘Hala Madrid’ que ya casi nadie dice. Antes, el testigo presidencial se trasmitía con ese saludo. Había algo deliciosamente faccioso en ello y Florentino, con su centrismo, lo retiró. Toñín lo ha recuperado y le ha dado un dramatismo nuevo, lo ha vuelto a hacer vibrante, un patetismo heroico, hermoso y mourinhista: ‘Hala Madrid hasta el morir’, fundiendo nuestra condición humana a nuestra condición madridista, haciéndola una, porque twitter me ha enseñado que este hombre tiene, tras su aspecto algo cómico, un radicalismo, una extremosidad de ultra. El Torero tiene cosas de ultra y eso es lo que una vez pedimos: recuperar el sentimiento ultra sin politiqueos no violencias, hacer nuestro, mejorado y sin ironías, al Enrique de Los Nikis.



Hala Madrid hasta el morir. Un madridismo existencial, profundo, vindicativo, radical y extremo, hasta las extremidades últimas. Nadie ha captado mejor ese madridismo, que es el mío, mi madridismo, que Toñín. Desde luego, ese madridismo es más madridismo mío que el madridismo de pitiminí de Marías, con su anglovaldanismo blando y condescendiente.



La aceptación de Toñín nos va a obligar a reconciliarnos con el raulismo porque él ha recuperado como parte de su caracterización los útiles taurinos que Raúl trajo al madridismo. Queramos o no, en el aficionado han quedado grabados esos pases que pegaba el siete cuando las victorias. Toñín, taurino, tragicómico, parece un espontáneo a punto de saltar al ruedo. No es el ultra, el ochaíta a punto de dar el coscorrón al contrario, sino el torerillo que pide la oportunidad ante el toro, pero que no salta nunca, el torero siempre en el instante del salto. Toñín, en su primera fila, ya no es el ultra que grita, es el torero a punto de saltar al ruedo, a jugarse el tipo. Toñín, con su performance dominical, es el ultra caracterizado que ha convertido en tipo de carnaval el madridismo de calle. El madridista de tópico que se ha rebelado y ha cogido su cliché y se ha adueñado de él.



Torero que siempre está por desmonterarse y parece que aguarda al final para brindarle su toro imaginario al mejor madridista del partido.



Espontáneo de no sé qué ruedo, agarrado a su capote, ve los partidos mordiéndolo, en el burladero de la grada, porque vive el fútbol como cosa de vida o muerte.



Espera el año entero, Toñín, a que el equipo vaya a Cibeles y él pueda saltar al centro del estadio para torear frenéticamente, como Raúl, su ídolo, ese toro que lleva en la cabeza, la faena perfecta que llevan en la cabeza los madridistas. Cómo embestirá ese toro, con qué dulzura de corrida afeitada, me pregunto yo cuando pienso en ello.



Deberíamos procesionar los madridistas más locos a ese bar, como procesionan los del cuore al bar de Fran, a conocer el secreto último del madridismo de palillo y formar parte todos del universo solanesco y ronceriano de esta pasión que hemos convertido entre todos en la mayor y más libre chaladura de la España actual.



Hala Madrid hasta el morir.


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