martes, 13 de septiembre de 2011


AURELIO MANZANO


Veo la tele dando cabezadas. Hay un debate posterior al engendro de cuoreficción sobre la vida de la baronesa pilsen y sus primeros amores con un señor con nombre de super héroe. En el plató está la Rábago, con su modosez redicha y, de nuevo, su cacha macluhiana, esa cacha que es garantía de buen periodismo. Sólo podemos fiarnos de los periodistas que muestran sus piernas, que cruzan sus piernas frente a cámara. El periodismo se hace a cacha descubierta. Todo lo que mete las piernas bajo una mesa es telepromter de ése o maldad de tertuliano. Junto a ella está Aurelio Manzano, ese venezolano triste, que es la sombra gris de Boris, que ni se levanta, ni grita, ni estalla en su venezolanidad cronista y rosa, tan solo se mantiene sujeto a la silla, con las piernas cruzadas en perfecto academicismo periodistil, sujeto a sus apuntes y a esa postura que es ya la impronta del periodista y que le distingue del colaborador, que suele adoptar formas corporales relajadas. Se trata de un venezolano que probablemente haya rodado alguna versión de los Monster en Caracas, junto a alguna Yvonne de Carlo de rompe y rasga que, sin embargo, ay, no alterara ninguno de sus biorritmos. Tiene Manzano un alicaimiento, unas ojeras tristes que quizás hayan despertado la amistad fraternal de Fran, sin duda un alma cándida. A mí me parece un personaje cada vez más fascinante porque no acierto a explicarme su tristeza. Si explotara su alegría, su venezolanidad, Aurelio podría ser una estrella, pero parece arrastrar un drama o una pena, quién sabe si de amor. O una nostalgia. Aurelio Manzano, con ese nombre de personaje de novela de Almudena Grandes, es, pese a todo, el tercero por antonomasia en las revistas españolas. El tercero que de una forma no sexual rompe un matrimonio. El elemento freudiano y oscuro que ningún terapeuta acierta a resolver. La eterna discordia de la pareja, la rencilla, la incompatibilidad. Eso. Eso es Aurelio Manzano, el obstáculo irresoluble de cada pareja.



La hija de Espartaco Santoni es maravillosa. Yo quisiera ser así: un señor un poco golferas, un Don Juan al que le sobrevive una hija jamona que se recorre el mundo, los juzgados y los platós (¡citando la ley de Enjuiciamiento Criminal!) defendiendo y rehabilitando el honor marchito del macho ido (perdón por el sonajero, pero a estas horas…). La hija de Santoni reactualiza el inmortal mito español.



Algo que nada tiene que ver con lo anterior. ¿Se han fijado las personas solidarias y solidaristas, del izquierdismo hegemónico, que las bases éticas de la actitud izquierdista son, quizás, una despreocupación por la acción y un énfasis en los meros procesos mentales, en la satisfacción interna y en la coherencia del pensamiento, ajeno a toda acción, a toda consecuencia? No. Imagino que no, pero yo sí, porque yo tengo un blog y pienso todo el tiempo en estas cosas mientras hago la compra, me echo desodorante o trincho el solomillo.



La derrota del Barcelona antes me exaltaba. Encendía mi entendimiento, animaba el caudal sanguíneo, me romantizaba. La derrota culé era mi musa, pero ahora no, ahora ya no, mi musa ahora es esquiva, se está transformando. Dónde estará mi musa. Eso me pregunto yo. ¿A qué garito de ‘lo real’ o de ‘lo imaginario’, esos dos barrios con vida nocturna, deberé conducir mis pasos para encontrarla?...

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