jueves, 3 de noviembre de 2011

UN CACHITO DE TELE: ELENA DE MYHYV Y UN ANUNCIO DE HERRERA



Acabo de ver MYHYV, justo el momento en el que Elena está a un paso de confesar algo definitivo. Se pone de pie frente a Raúl y Jacinto -que es el tío que le gusta a mi novia- y justo entonces Emma suelta su ya célebre 'seguimos grabando'. Me ha dado tanta rabia que he lanzado el mando contra el suelo enmoquetado, de modo que me ha rebotado en un pie. Dolor. He recordado que lo de hoy en La Siete -la dos de telecinco, la bendita cadena de la segunda oportunidad- se estaba emitiendo con un día de retraso, de modo que me he lanzado sobre la web del programa para concoer el desenlace: Elena lo ha dejado todo para conocer a Fabián. Tan tan tachán.

Fabián es un monitor de fitness medio uruguayo, con acento raro y, todo ha de reconocerse, unos hermosos ojos azules que las llevan loquitas. Elena, que es una gachí de campeonato, granadina y un poquito malafollá (que no mal follá), al final ha acabado a lo grande justo cuando yo la iba a defender. Así se lo dije en mi twitter, que reúne ya a lo mejor de España, una especie de gotha de la heterodoxia española que yo destaco a golpe de retuit., como si fueran polichinelas. Hola personalísimo, galería quintera, mi timeline es mi orgullo.

Elena ha sido distante, displicente, caprichosa y tornadiza. Lo ha tenido todo la muchacha. Rubia y voluptuosa, lo que me ha gustado de ella ha sido, precisamente, su ejercicio de distancia. Hay una belleza rotunda, fácil, que hasta parece vulgar, pero que ella ha dignificado con una altura un poco diva. Una distancia morena para una belleza de poner ron con colas en las mejores barras. 

No he podido seguir su trono de forma completa, pero algo he visto. Comenzó siendo cortejada por un negro bailarín callejero. A mi entender era un amor condenado de antemano, porque él era simple, era un individuo que tenía por mérito principal saber hacer piruetas en los parques suburbiales, como si fuera una tortuga ninja. Eso no podía llenar el ansia de misterio y sufrimiento de Elena, porque en los mohines de Elena ha habido siempre una fidelidad al lado terrible del amor. Elena quería misterio, riesgo, y que, ay, alguno la llevase por la calle de la amargura. Su pretenditente negro (no recuerdo el nombre, por eso destaco su negritud) tenía tanto labio, y tanto labio tiene Elena, que había un exceso de carnosidad, un exceso labial, una probabilidad de beso sin espíritu, todo carne, sin diente, sin mordisco. El beso ha de enseñar su mordisqueo, el beso no es enteramente labio y conviene que alguno en la pareja tenga poco labio. El negro, finalmente, fue historia.

Tras el bailarín callejero llegaron otros, y entre medias hubo un intento con Fabián, que le hizo un poco la trece catorce. Elena lloró lágrimas amargas y entonces apareció su hermana, bella aunque con menos intensidad, algo pija, con ese aire de terapeuta urgente que tienen las amigas/hermanas de las españolas. El episodio de Fabián descentró a nuestra tronista y a partir de ahí su trono se tambaleó. Procesionaban pretendientes insulsos que no podían llenarla e incluso hubo un momento en que dejaron de aparecer, asustados, con el temor del macho pusilánime ante la hembra desconcertante. Elena estaba sola, sola en su trono, porque la belleza y la integridad acarrean soledad. Apareció entonces la proverbial envidia española, que no perdona la independencia de criterio, ni la diferencia. Creída, se escuchaba; prepotente, le decían. Todo ser distinto, todo raro en España lo ha escuchado alguna vez.

Elena dudó y lloró. La hicieron llorar entre todos y entonces apareció Raúl, uno que canta o toca la guitarra, que es un tronista menor y cordial, de la estirpe de los Efrenes, un tipo un poco menelao al que trataron de unir a Elena. Ella vaciló, y cada gesto de duda era interpretado como un jugueteo, como un capricho, y lo que sucedía es que Elena no sentía la terrible descarga del amor y entonces su belleza helaba sus actos. Cada negativa era un puñal en el corazón del hombre mediocre porque la gente ya no entiende la belleza: la belleza ha de herir. No podemos pedir a la mujer fatal que sea condescendiente.

Al final entró Jacinto, bello como el Jacinto de Broc, pero no había nada que hacer, y lo hemos visto hoy (ayer): el corazón de Elena habia sido ya raptado por Fabián, como un Paris terrible en La Posada.

Además del desenlace del trono de Elena, el ratito en el sofá me ha permitido ver un anuncio protagonizado por Carlos Herrera para la aseguradora Cignac. En el spot, sale un Herrera desbigotado hablando como Troy McClure caminando sobre un fondo como el de los teletubis. Él mismo parece un poco teletubi. En medio de ese ambiente, que no es sino el paraiso herreriano que imaginábamos sus oyentes, con rodríguez brauns canturreantes y josemis vacantes, surgen dos parejas contando sonrientes primores y riesgos de la vida cotidiana. Habla Carlos y dice algo que, fósforos, nos convence.

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