martes, 3 de enero de 2012

Cuelgo dos textillos que escribí en diciembre sobre locales de ocio en Cádiz. Los escribí como comentarios apresurados en el blog de Pepe Landi http://lobeli.net/ Pepe creo yo que es uno de los mejores periodistas de Cádiz y en ese blog y en otro que tuvo le va saliendo, con el encanto del pasatiempo, una crítica cívica, apasionada y nostálgica de los lugares de su ciudad, que no es cualquier sitio, dicho sea de paso. Si alguien ha de ir allí, su blog es referencia obligada.

Yo de gastronomía no sé, no sé de nada yo, pero quería contribuir a tan estupendo sitio.

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CÁDIZ I: EL ENTREABIERTO, EL ROCKÓDROMO, LA CALLE SOPRANIS, EL SPAM Y EL MÍTICO CAMBALACHE


Me puso muy contento ver la foto del Mágico que colgaste, porque oye, yo comía ya mucho atún, pero pienso seguir su consejo, porque creo que en el atún, en la lata de atún, hay proteina de atleta, salud, economía pero quizá el secreto de la genialidad de Mágico Glez.

Me voy a permitir contarte aquí algunas visitas a lugares y establecimientos de Cádiz. Me gustó mucho lo que escribiste del Rockódromo, porque allí he cogido yo dos o tres castañas muy profundas. El santuario de lolipop, con esa puerta abierta a la claridad del mar y la playa, me recuerda a la escena inicial de Centauros del Desierto, cuando salen de la casa oscura hacia el paisaje. De allí salimos alguna tarde tambaleantes como John Waynes mientras sonaba rock psicodélico.

El otro día estuve en El entreabierto, cerquita del Ayuntamiento. Es una terraza breve, junto a una plazita cúbica, hermosísima. Uno se sienta y por una vez deja de mirar a las muchachas para mirar a las palmeras que crecen onduladas. Una plaza diminuta y vertical, cuyo nombre ignoro. Otra belleza más para el catálogo de plazas de Cádiz, que es el mirador interno de la ciudad, su otro mar.


La primera sorpresa del lugar es que tiene una carta estacional y con autoría. Que alguien firme la carta, que haya chef con nombres y apellidos subyuga mi catetez y tiene sobre mí el efecto de hacerme un comensal agradecido. Es como si alguien me llevara a comer a su casa: por fuerza le tengo que alabar los platos. En este caso, la verdad, es que era algo merecido. Me gustó sobremanera la oferta de tapas. Yo en Cádiz noto una cultura de la tapa que no existe en otros lugares de España ya, martirizados por las franquicias y el amateurismo y la gilipollez, pero ese culto a la tapa se ve afectado a veces por el tipismo de la tapa y el clasicismo de la tapa. Va uno a muchos lugares y el tapeo se mimetiza y por eso está bien que se renueve la oferta y alguien nos sepa sorprender.


Allí comimos unas deliciosas croquetas de espinaca y gambas. Yo de pocas cosas sé, pero de croquetas sí, yo soy un croquetólogo avezado y en esas cocretas concretas de la bechamel exacta no vi la pesantez grasienta de su rebozado, ni el tropezón indigesto. Cocretas excelsas, servidas sobre una especie de tabla cerámica y porosa con un dibujo de Pedro Ximénez, con motas de pimentón, que le daban arte y creatividad al acto atávico de mojar un poco la cocreta. Además, tomamos un medallon de ternera relleno de verdura y bacon, con salsa de pimienta. Sabor excelente, tapa suntuosa. El problema, quizá una obsesión personal, sea que la salsa siempre me parece excesiva. Deberia haber una Internacional Gastronómica que determinase en un Congreso Extraordinario la proporción exacta de salsa en cualquier cosa.


El precio es algo superior al normal, pero considerando la calidad, el ingenio y, ya digo, esa plaza diminuta y elevadora que tiene al lado, lo paga uno encantado.


Tras eso, nos fuimos en busca del calamar relleno del Bar Noya, en la calle Sopranis. Estaba cerrado el sitio, de modo que decidimos entrar en el gallego, de nombre La Rambla, sito en la misma rúa. Es un lugar de los que me gustan: normales. Nada de diseño, ninguna geometría, mariconadas minimas. Vamos, ausencia total de mariconadas, que casi uno las echaba ya de menos y todo. Lugar popular, menestral, de batalla. Allí recordaba haber tomado unos calamares rellenos, de modo que fuimos como a tomarnos el que no nos podían ofrecer en el Noya que tan bien ponderaban en la Guía. El calamar sucedáneo, a mi parecer, es una cosa sin alharacas, nada extraordinario, pero es agradecido. Su sabor es agradable, pero no placentero. Lo acompañamos de una tapita de arroz del día: en caldo, con carne. Diriamos que una tapa de cuchara, que hubo que cambiar el utillaje. Igualmente: reparador, agradecido, pero nada memorable. Pero he de insistir: hay algo en ese Bar La Rambla que me resulta confortable, además de la experiencia siempre agradecida de ver los pulpos sempiternos en la barra, que es una fascinación infantil.


Para terminar de comer, nos metimos en el Rayuela, un Rte. hispanoamericano de la misma calle Sopranis que ofrecía el contraste de su recuerdo literario y su modernez de mobiliario. No entramos en el salón, y optamos por un banco junto a la barra. Al ser un sitio pequeño y tener una puerta automática, cada vez que me comía un pico o empinaba el codo se me abría la puerta, de modo que el dueño me tuvo que reprender amablemente, como si yo fuera un chiquillo.


En Rayuela ofrecen carnes a la argentina y una especie de fusion japonesa-peruana, que asi de repente espanta porque remite a Fujimori, pero que es una bendición para los que gustamos de la crudeza en los platos. Optamos por un ceviche guayaquil, que estaba bueno pero era de un exotismo moderado (langostinos con una especie de leve melaza sobre un lecho yerto y vegetal) y por unas tiras de atún crudo, a la manera japonesa, sobre un plato de soja. Mi acompañante se fue un poco con cara de empate a cero, pero a mí me gusto, aunque su sabor era algo inconcreto. Pregunté si tenían sushi, y me dijeron que no, pero que organizan talleres al respecto. Estaría bien que se animaran, porque creo que en Cádiz faltan lugares donde lo preparen. Aunque ojo, el sushi puede acabar siendo como el gintonic, que de moda pase a gilipollesca dictadura.


Por la noche dimos un voltio. Estuvimos en el Spam, antes Umec. El Umec lo recuerdo frío, y este Spam tiene una decoración muy artística. Con trozos enteros de pared hechos a base de esponjas que si te pasas con las copas parecen una alucinación. Éramos un 95% de tios hasta que llegó la tuna de Filosofía y Letras, momento en el que pasamos a ser el 99%. La compañía, hembra, me dijo esta frase memorable: “Como la vuelvas a mirar (al 1%) te abro la cabeza con el tacón”. Yo, como el Dioni, miraba a la camarera.

Antes, pudimos estar en el Cambalache. Tocaba un cuarteto de jazz estupendo, con un trompetista que en el ‘If I should lose you’ melancolizó la noche ebria. Me gustó comprobar que el heroico dueño del Camba, Hassan, ha adelgazado, quizá siguiendo la dieta de atún de Mágico González.

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