miércoles, 11 de abril de 2012




ATLÉTICO, 1-REAL MADRID, 4. MI VERDAD



Llegaba el Madrid al Calderón, con un césped en el que Pep no sacaría al perro a pasear.

El Calderón me pone un poco nervioso por su condición de inacabado, pero por esa esquina abierta se le va la fuerza por la boca al Calderón, su fuerza ambiental.

Sus aficionados, verdaderos tiffosi, ganan siempre la liga del tifo, que es como la manualidad del gamberro, que está siempre aprobando pretecnología.


El público gritaba mucho. El árbitro hablaba con los jugadores como se habla en una discoteca. También con la misma chulería.


En el Madrid, un miedo al silbato, versión futbolera de la inseguridad jurídica. Un sopapo a Pepe, que Pepe olvidó dramatizar (Pepe, actor a destiempo, no disfrutó de la única condición que tendrá para ser víctima) lo vió todo el mundo menos el árbitro.

Benzemá remató en escorzo inverosímil, pero la repetición demostró que lo hizo con mucha malicia. Benzema es un jugador sin malicia aparente, que hace las cosas con una especie de indiferente angelismo, no como Adrián, el excelente delantero rojiblanco, que es un resabiado con cara de llevar boina y fumar picadura.



Hoy jugaba Coentrao, decolorado. En una toma, la primera, creí estar viendo a Raúl y entonces su aspecto anterior, tan Farrah Fawcett, tuvo más sentido.



El Madrid no tenía la posesión, predominantemente colchonera, y el centro del campo las pasaba canutas. Di María, en banda derecha, corría, pero no liaba pases; Kaká estaba intrahistórico, que diría Jarroson, y sólo con el gol y los espacios apareció. Los mediocentros, por su lado, bastante tienen con que no se los merienden Pepe o Ramos en algunas de sus embestidas. La fuerza en el Madrid está en defensa y arriba.

Cristiano marcó un gol extraordinario, una falta que era una recta sinuosa, con más extraños que la mirada de Colombo. Efecto de bolas chinas ese balón.

En la segunda parte salió Özil, que está siempre asfixiado, como Ostos junior en la Isla de los famosos. El Madrid pudo tener más la posesión, algo más aplicado, pero el Atleti marcó en una proeza de pasividad de Arbeloa. Las masas rojiblancas estallaban, parecía eso el Estadio Azteca.



Yo ya iba buscando el álmax, pero de la zozobra nos sacó otro golazo de Cristiano, un chut dese fuera del área, parabólico, con fluctuaciones de íbex.



Cristiano se fue al fondo enemigo y se señaló el muslamen. Es el triunfo de la musculación y una llamada de atención hacia la riqueza fibrilar, la grandeza muscular, la conmovedora elocuencia muscular de ese portento, que es lo más grande que tiene el Madrid desde Puskas y Di Stéfano.

Es el muslo más grande desde Jenny Llada.



El Madrid estuvo mejor en la segunda parte, y llegó mucho, muchísimo para un partido así. Con todo, sigo echando de menos la controvertida figura, verdadera incorrección política, del tercer volante. Falta juntura, soldadura, la argamasa del volante complementario.



El Madrid llega mucho arrioba, pero llega, salvo Ronaldo, muy justo, como en falsete. Llega estirando la voz. Preferiría llegar menos y mejor, con solidez barítona.

Hubo otro gol de Cristiano, su número cuarenta, veinte dentro y veinte fuera, que ya hay que ser incordiante, y luwgo la puntilla canterana de Callejón, que siempre mete el mismo gol. Con nuevo peinado y mismo gesto: señalar el escudo, muy serio, con gesto de displicente obviedad. Porque a los del Atleti todos los años hay que enseñarles que dos más dos son cuatro.



Al final, el Cholo seguía con su pose de pensador navarro y los colchoneros dejaban el estadio con laxitud, como si hubieran estado apretando todo el rato una bola antiestress.



Al Madrid le faltan dos puntos para sentirse favorito en una liga que está cruda, pero tiene a Cristiano, al que, pongámonos más cursis todavía, el fútbol debe algo grande, inolvidable.



Salía CR9 con el balón del hat trick a modo de barriga y ppanti, con mucho tino, decía en twitter que estaba gestando un balón de oro. Por lo menos. 

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