viernes, 29 de junio de 2012


EL CAFÉ CON LECHE





Decía Ruano que el café con leche los elegantes lo tomaban en vaso. Cada vez es más frecuente, sin embargo, que lo sirvan en taza. En taza es admisible, quizás, en el desayuno a primerísima hora, pero hay algo doméstico e íntimo en la taza, algo impúdico. La taza es un desvalimiento del individuo, una intimidad y siempre parece que se está en bata. El asa de la taza, bien mirado, es como el gatillo de la pistola; ese gesto de asir o de casi apretar el gatillo es lo que dispara el meñique, no por nada, sino porque en algunos seres humanos la composición fisiológica de su mano hace que el gesto de asir dispare involuntariamente el meñique advenedizo, el meñique parvenu. La taza dispara el meñique, pero esa inelegancia no la provoca el vaso mediano. El sorbo en taza es apocado, tímido, el sorbo en vaso es un buchito más alegre y el café se traga con más generosidad.



El vaso del café con leche es un vaso en vías de desaparición. Tenemos el vaso de chupito, el vaso del refresco o la caña y el del cubata y luego los vasos mayores del mojito. Están también las copas sopesadoras y maceradoras del gin tonic, para la agitación reflexiva del combinado, pero ese es otro tema.



Ese vaso que no llega al palmo, entre el chupito y la caña, era una medida exacta pensada para el café con leche y en muchos sitios ya no se encuentra y empieza a ser lo primero que miro cuando me acerco a la barra de un bar, si tienen o no ese vaso y hay algo probado: el bar tradicional lo tiene, el extranjerizante o el moderno no.



El café con leche en vaso es social. Se agarra y se bebe de un modo abierto y ágil. Es el vaso del que se queda en el bar, del que aspira a hacerlo durar, del que observa y no elude la posiblidad de la conversación. La taza es desayuno introspectivo. En la taza se le da vueltas a la cuchara y se está tentado de mojar, de meter el bollito, el cruasán, mientras que el vaso es más bebedero.



Entiendo que se pudiera ver en esto una manía caprichosa, pero no soporto esa taza donda la leche está siempre demasiado caliente, ni la galleta caramelizada prima del té, que también endilgan en algunos sitios. El café con leche era la caña del que no quiere tomar alcohol, una unidad de bebida social.



He sido mucho tiempo un bebedor de café en taza, convirtiendo mi café en algo introspectivo y casero y ahora, por fin, me abro al café en vaso y no hay división que me importe más que la que deriva del modo en que la gente se bebe el café. He desterrado el amargo cortado en esa tacita insufrible o en ese vaso alcoholizado, tronado del chupito, absolutamente paradójico, porque es vaso de único trago que la gente hace demorar de un modo horroroso, repulsivo dando traguitos sexuales y degustativos. Desde que sólo tomo café en vaso corto he ampliado el espectro de mi observación, pequeño catalejo, y no se me escapa detalle de los parroquianos. El café es más suave y miro  compasivo a los cabizbajos de la taza, a quienes parece que el día se les desmorona como un bizcocho mojado.



     (LAGACETA, 29-VI-12)

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