martes, 6 de noviembre de 2012




MANIFIÉSTATE


Fieles a su condición, los intelectuales frenéticos han empezado a firmar manifiestos sobre lo de Cataluña. Si una manifestación es un montón de gente detrás de unas pocas palabras, un manifiesto es muy poca gente detrás de un montón de ellas. Y un manifiesto contemporáneo es, además, una cosa muy decepcionante, porque no comienza como debería con eso de que “el fantasma del secesionismo recorre Europa en coche oficial”, sino que directamente remite a los abajofirmantes, que son una figura como de Ozores, como de film de Ozores (los abajofirmantes), con algo setentero y hasta venéreo. Porque el abajofirmante es el intelectual que movido por el compromiso sale de su torre de marfil hacia la realidad con su boli bic de firmar cosas, pero el único abajofirmante que puede arreglar esto es Messi y no el magnífico Félix de Azúa.

El manifiesto es una ternura de las élites que asumen lo del Cardenal Newman de que la verdad se transmite con el testimonio personal y como apóstoles de lo intelectual se retratan en textos en que afirman cosas de un cariz histórico-sentimental, como que “Cataluña es acreedora del afecto”, que es no salirse de ese lenguaje emotivo-tributario tan extravagante, o introducen adjetivos asombrosamente belicosos como el de “irreductible” para un sentimiento mayoritario. En otros casos, el texto parte de rotundas declaraciones de principios como afirmar que se está con la Constitución del 78, que es todo un detalle pudiendo estar con la de 1812.

El texto de los manifiestos es un ejemplo más de la moderna economía de la opinión, un texto de mínimos, desenfocado, casi tan abierto como un texto artístico y definitivamente antiguo.

Por el manifiesto federalista sabemos que Álvaro de Luna, es decir, El Algarrobo, no quiere la secesión, que es algo que yo imagino tranquilizará mucho el ánimo del independentista de Olot. Desde posiciones de izquierda se aclara que el federalismo es solidaridad limitada por el principio de ordinalidad, o de otro modo, menos solidaridad, y se utiliza esa expresión tan abominable de “la Constitución que entre todos nos dimos”. No, yo no me di nada, pero la tengo, me ha sido dada. Esa translación, esa herencia institucional que se recibe es la condición evolutiva de una sociedad. La tradición institucional es el papel de las élites, papel en el que parecen haber fracasado por mucho que ahora nos vengan con manifiestos.

Francamente, la cosa está mal. Tras el video del PP en que Rajoy nos dejaba patitiesos diciendo que el catalán hace cosas, Cospedal alababa sus paisajes y en general los populares hablaban del catalán como de alguien extraño y susceptible con el que congraciarse (“yo tengo muchos amigos catalanes”), estos manifiestos antisecesionistas firmados por intelectuales de fuera de Cataluña no terminan de tranquilizar. Tenemos una derecha con el catalanismo de untar con tomate la tostada (catalanismo de pa amb tomaca) y una izquierda que reclama menos solidaridad territorial. Nos está faltando un mormón.


                                                         (LAGACETA, 6-XI-2012)

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